
Tocas mi boca,
con un dedo tocas el borde de mi boca,
vas dibujándola como si saliera de tu mano,
como si por primera vez mi boca se entreabriera,
y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar:
haces nacer cada vez la boca que deseas,
la boca que tu mano elige y me dibuja en la cara,
una boca elegida entre todas,
con soberana libertad elegida por ti para dibujarla con tu mano
por mi cara,
y que por un azar que no buscas comprender coincide exactamente
con mi boca que sonríe por debajo de la que tu mano me dibuja.
Me miras, de cerca me miras,
cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope:
nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan,
se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran,
respirando confundidos,
las bocas se encuentran y luchan tibiamente,
mordiéndose con los labios,
apoyando apenas la lengua en los dientes,
jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un
perfume viejo y un silencio.

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